jueves, 24 de julio de 2014

Adicto




Es difícil, pero no imposible –dijo el médico.
Ambos padres, sentados en el sofá a espaldas del adicto, asentían con sus manos apretadas sobre las rodillas, como si estuvieran rezando.
Lo más importante –continuó el médico–, es que vos estés convencido de dejarla.
El adicto continuó en silencio. Sus padres se retorcían a sus espaldas. Ella, mordiéndose los labios, sus manos aún sobre las rodillas, conteniéndose para no ir a su encuentro y tomarlo en sus brazos. Él, con los puños apretados, como aguantando la ira que le provocaba la debilidad de ese hijo suyo que había sucumbido al demonio de la droga.
¿Estás convencido de dejarla?
Sí –dijo el adicto. Quería sinceramente compartir el odio de sus padres hacia lo único que le había dado sentido a su vida. Por eso asintió aun sin estar convencido.
Entonces –dictaminó el médico–. Vas a tener que demostrar que sos capaz de dejarla.
Recién entonces subieron los cuatro a la habitación y sacaron todos los libros, los de la biblioteca, los del placard, los que estaban debajo de la cama y, por último, el que el adicto escondía bajo la almohada.

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