martes, 21 de abril de 2015

Fotografía de playa




Sonríe. Tiene los ojos abiertos pero –ocultos tras sus lentes oscuros– nosotros no podemos verlos. En primer plano, dos jóvenes en bikini miran sensuales a cámara. Unos metros atrás, casi fuera de foco, él sonríe.
Aguarda la toma mientras un extraño adormecimiento se extiende por su cuerpo. El sol, supone. Súbitamente, se excita. Imagina el bulto que crece antiestético en su entrepierna pero no deja de posar para la foto. Después, piensa, girará para ocultarlo.
Sus palmas, vueltas al cielo, ofrecen al sol la parte interna de ambos brazos, alejados del cuerpo para que se le bronceen también los costados del torso. Dejó su Rolex en el hotel; en su muñeca le arruinaría el bronceado. Calcula mentalmente el tiempo que lleva en esta posición desde que vio al fotógrafo y giró apenas la cabeza para ofrecer su mejor perfil. Entonces, sonrió.
Aún sonríe, mientras intenta darse la vuelta y descubre que ya no puede mover su cuerpo, los brazos apenas separados del torso, las palmas hacia el cielo. En vano trata de gritar, congelado para siempre en la imagen capturada por la fotografía. Revuelve horrorizado los ojos pero –ocultos tras sus lentes oscuros– nosotros no podemos verlos.