domingo, 30 de marzo de 2014

Son peores que animales



Llegó a su casa y fue directamente al baño.
–Hola amor –dijo Mariana desde la cocina.
Gruñó una respuesta y cerró la puerta. Mariana sabía que ese gesto denotaba que no debía entrar. Lo dos conocían ese tipo de señales. Lo difícil era explicarle a Jazmín. Para ella ninguna puerta cerrada significaba un escollo que no pudiera sortear poniéndose en puntitas de pie. Ese día, sin embargo, había vuelto muy cansada del hospital y Mariana la había puesto a dormir hasta que estuviera la cena.
Después de esperar diez minutos, Mariana dio unos golpecitos a la puerta del baño.
–¿Te sentís bien, Maxi? ¿Necesitás algo?
–¿Tenés pomada? –dijo Maxi sin abrir la puerta.
–¿Pomada? –dijo Mariana y luego río –dejate de embromar y vení a darme una mano con la cena.
–No, en serio ¿Tenés pomada?
–¿Vos estuviste tomando? ¿Adónde fuiste con Pablo?
–Lo acompañé a Floresta a entregar una computadora –dice y abre apenas la puerta del baño.
Dale, cambiate y dame una mano con la cena. A vos te toca la ensalada.
–Dame la pomada, primero.
–¿Para qué querés la pomada?
–Para mis borceguíes –dice Maxi y señala hacia la bañera.
–¿Por qué metiste los borceguíes en la bañadera, vos estás loco?
–Estaban sucios, ya limpié todo. Conseguime un poco de pomada.
–Buscala vos, está en la piecita del fondo, en una caja de zapatos roja.
Maxi buscó un trapo, envolvió los borceguíes y fue hasta la piecita del fondo.
–¿Desde cuándo tanto amor por esos borceguíes? Si se ensuciaron tiralos, mejor. Ya tienen mil años y encima te quedan horribles.
Maxi no contestó, volvió unos minutos más tarde, llevaba ojotas.
–¿Ya los tiraste?
–No. Me gustan, no los voy a tirar.
–¿Con qué te los ensuciaste?
–Pisé mierda –dice Maxi casi sin pensarlo.
–¿Pisaste mierda y después te paseaste por toda la casa? Vos no estás en pedo, vos estás loco directamente.
–No, calmate, las suelas estaban limpias.
–¿Pisaste mierda y las suelas estaban limpias? ¿Me estás jodiendo?
–No rompás. ¿Y Jazmín?
–Ay, Jazmín, fijate por favor. Está en su habitación. Hoy volvió cansada del hospital. Andá a verla pero no me la despertés todavía que no está lista la comida.
Maxi va hasta la habitación de su hija. Abre con cuidado la puerta y espera a que sus ojos se acostumbren a la semioscuridad. Se queda unos segundos más en silencio, cierra la puerta y vuelve a la cocina con su esposa.
–Duerme, pobrecita.
–Sí, estaba molida, pobrecita. Después de diálisis pasamos por el Incucai. Ya pedí turno para la evaluación anual.
–¿Ya pasó un año?
–Y sí, amor. Fue en abril…
–Parece mentira.
–Si –Mariana se queda callada unos segundos –. Dale, en vez de mirarme con cara de tonto prepará la ensalada.
Maxi fue hasta la heladera.
–La lechuga está en el escurridor. Ponele tomate, zanahoria y cebolla.
–Ordene mi general.
–Dale, movete que ya casi están los bifes… poné la mesa… ah, y andá despertando a Jazmín.
–¿No querés que me meta un plumero en el culo y que te vaya plumereando los muebles mientras tanto?
–Dale.
Maxi terminó de preparar la ensalada, puso la mesa en el comedor y fue después hasta la habitación de jazmín.
Mariana salió de la cocina minutos más tarde. Sirvió primero a su hija.
–¿Qué hay de postre? –preguntó Jazmín.
–Flan, pero antes tenés que tomarte toda la sopita, ¿sí?
Maxi prendió el televisor. Mariana volvió a la cocina y salió nuevamente con los bifes.
–¿Qué es eso? –preguntó Jazmín.
–Bife –dice Maxi sin sacar la vista del televisor.
–Quiero bife –dice Jazmín.
–Tomá la sopita, amor, después te damos un poquito de bife –dice Mariana–. Dejá ahí.
Maxi deja el control remoto sobre la mesa y se sirve un bife y un poco de ensalada.
En el televisor, un comentarista mira serio a la cámara.
…en el barrio de Floresta. Su madre acaba de anunciar que donarán sus órganos.
Maxi volvió a tomar el control remoto y cambió de canal.
–Pará, te dije que dejaras ahí.
En el televisor apareció otro presentador que miraba, igual de serio, a la cámara.
–No, no. Dejá acá –dice Mariana y le saca el control remoto a su marido.
…tras intentar robar la cartera a una mujer fue interceptado por un grupo de vecinos que luego de reducirlo comenzaron a golpearlo furiosamente. Como consecuencia de los golpes, el joven agonizó unos minutos hasta morir producto de un severo traumatismo craneal con pérdida de masa encefálica...
Maxi levantó el control remoto.
–Ni se te ocurra –amenazó Mariana.
…algunos testigos manifestaron que el joven recibió numerosos golpes de puño y una vez en el suelo, patadas en el cuerpo y en la cabeza. Ninguno de los agresores ha podido ser identificado…
Luego de dejar el control remoto sobre la mesa, Maxi comenzó a atacar el bife casi con desesperación.
–Comé más tranquilo, mirá el ejemplo que le estás dando a Jazmín –dijo Mariana.
–Papá come así –dijo Jazmín y exageró con su sopa los gestos que su padre hizo segundos antes con su comida.
Los tres ríen, pero la risa de Maxi parece forzada.
–¿Qué te pasa a vos? –dice Mariana, sonriendo –. Desde que llegaste que estás así.
–Nada, ¿qué me va a pasar?
Desde el televisor, la madre del joven asesinado habla entre sollozos. Está desconsolada. Dice que han decidido donar sus órganos y que su hijo no era ningún ladrón. Que el ladrón había sido otro chico que escapó…
–Sí, seguro que era un angelito –dice Maxi.
–Bueno, que fuera un ladrón no te habilita a partirle la cabeza a patadas, peor que a un perro. Hay que ser bestias. Esa gente no merece vivir en sociedad, son peores que animales.
Maxi mira serio a su esposa.
–¿Y vos qué sabés…?
Antes de que las cosas pasaran a mayores, la campanilla del teléfono los distrajo. Mariana se puso de pie y fue a atender.
–¿Querés ver dibujitos? –dijo Maxi a Jazmín y cambió de canal.
Jazmín dejó el plato de comida a un lado.
–No. Si no terminás la sopa te saco los dibujitos –dijo Maxi y la nena volvió a tomar la cuchara sin dejar de mirar la televisión.
Mariana volvió al comedor, tenía la cara húmeda por las lágrimas. Sin embargo, sonreía.
–Llamaron del Incucai, hay que internar a Jazmín, tenemos un donante.
La mujer corrió a abrazar a su hija que no entendía qué pasaba y ya empezaba a hacer pucheros.
–No mi amor, no, es una buena noticia, la mejor, mi amorcito. No lloramos de tristeza, lloramos de alegría. Miralo a papá.
La madre y la hija miraron al padre. Sentado en su silla de espaldas a su familia, Maximiliano, con la cara escondida entre las manos, lloraba con desesperación.