jueves, 9 de noviembre de 2017

El fiscal





El que sigue es un relato de ficción. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia



Está sentado en su cama. A su lado, envuelta en una franela, la pistola que le prestó Diego. Parece vieja y tiene un poco de óxido. Lo más probable es que se trabe, le dijo Diego. Él insistió que se la diera, para proteger a las chicas, le juró. ¿Qué le irá pasar a Diego cuando todo se sepa? ¿En el fondo le importa? Nunca le cayó del todo bien. Lo contrató por conveniencia, podría haber tomado a otro. Se lo recomendaron, sí, pero podía haber encontrado cien más que hubieran hecho su trabajo y hasta mucho mejor que él.
Sobre la mesa de luz, su teléfono celular comienza a sonar. Corre a buscarlo. ¿Y si es Jaime? Lleva toda la semana llamándolo y mandándole mensajes sin obtener respuesta. “No me podés soltar la mano ahora”, le dijo. Pero Jaime ni se inmutó. No. No es Jaime. Es un mensaje de su ex. Hija de puta, dice y tira el celular sobre la cama. Hija de puta, me llama para refregármelo por la cara. Lo que más bronca le da es que ella se lo dijo: “Ahora estás en la cresta de la ola, pero ya vas a ver. Te van a soltar la mano en el peor momento. Y cuando eso pase ni se te ocurra venir a verme, no voy a poner en juego mi carrera por un sorete como vos”. Estuvo a punto de decir algo, pero ella lo interrumpió. “Y no me vengas ahora con que piense en nuestras hijas, en lo que van a sufrir cuando toda tu mierda salga a la superficie. Si realmente hubieras pensado en ellas no te habrías juntado con esa gente y no se te habría ocurrido irte de putas y hacer lo que hiciste con la plata de la fiscalía. Lo único que te pido es que cuando llegue el momento, te olvides de mí y también de tus hijas”.
Tenía razón. Siempre tiene razón la muy hija de puta. Bruja debe ser. O tal vez no, por ahí era demasiado evidente y él no se dio cuenta. Los de la embajada tampoco le responden el teléfono. No puede ir con su ex, ni con Jaime, ni con los de la embajada. ¿A quién puede recurrir? ¿A sus colegas? ¿A algún juez? ¿A cuál? Ninguno lo traga. Desde que le dieron la fiscalía se los montó a todos en un huevo. Lo odian. Por envidia. Y el hijo de puta de Jaime que no le atiende el teléfono ¿Cuántos años llevaba haciendo todo lo que él le pedía? Presentando cada escrito, cada prueba y siguiendo cada pista que le dejaba. Cuando le dio la denuncia ¿acaso le dijo que no? Hasta mal escrita estaba. Trató de arreglarla, pero Jaime le dijo que no lo hiciera. Pelotudo, le dijo, ¿te creés que alguien la va a leer? Vos presentala que pasa como por un tubo. Quedate tranquilo. Después te volvés a Europa y te conseguimos asilo. La embajada ya lo arregló todo. La yegua se cae en una o dos semanas y volvés convertido en héroe. Quién te dice que te consigo una diputación o un lugar en el senado ¿y después? Por ahí una carrera política. ¿Te imaginás como vice de Mauricio?
Como pudo ser tan boludo. Vice de Mauricio, mirá vos. Por ahí, si pudiera hablar con él. No lo conoce, pero sabe que tiene mucho poder, por ahí él podría darle una mano. Pero lo más cerca que pudo llegar fue a esas dos espantapájaros que le mandan mensajes cada cinco minutos. Encima son más feas que la mierda. Él, que siempre se rodeó de minitas de primera. Verdaderas muñecas. Lomo de primera. Y ahora tener que depender de estos dos escrachos, si dan ganas de…
¿Cómo pudo ser tan pelotudo? ¿Cómo no se dio cuenta? Jaime le había dicho que la jueza ya estaba apalabrada, que iba a habilitar la feria para meter la denuncia y que la oposición iba a hacer explotar la bomba. Están todos en sintonía, le dijo. El gobierno de la yegua se va a caer como un castillo de naipes, le había dicho Jaime. Quedate mosca que de eso nosotros sabemos bastante. Y él le creyó. Tenía que haberse dado cuenta. Primero no solo no le habilitaron la feria, sino que de tribunales le hicieron saber que lo que había presentado era un mamarracho. Como si él no lo hubiera sabido. Y sobre el pucho aparece Noble a desmentir lo de las alertas rojas. A esta altura él ya sabía que se había comprado un buzón.  Pero no se esperaba que Noble también le saltara al cuello. Aunque tenía que haberlo imaginado. Todos estaban esperando que él trastabillara para cobrársela, ¿por qué Noble iba a sacar la cara por él?
Pero ahora ya no hay nada que hacer, dice mientras agarra la pistola, la envuelve en la franela y va hasta el baño. Se para frente al espejo. Así puede ver bien dónde apuntar. Mejor hacerlo rápido. Carga el arma y se la apoya en la sien. El frío del caño lo hace estremecer. No puede hacerlo. Separa el caño unos centímetros, pero el arma tiembla en sus manos. Tampoco. Se ayuda entonces con la mano izquierda. Ahora no le tiembla el pulso. Sonríe satisfecho. Recién entonces aprieta el gatillo, casi seguro de que el arma, como le dijo Diego, se va a trabar.