Él era mi amigo y quizás por eso se sintió
obligado a hacerlo. Sé que mis parientes lo presionaron para que lo hiciera. Si
se hubiera resistido…. Visto a la distancia, no me hizo ningún favor, más bien
todo lo contrario.
Supongo que no supo en ese momento el alcance
de sus palabras. Quizás no conocía aún las fuerzas que estaba conjurando, quién
sabe. Acaso creyó que estaba reparando una injusticia o dándome una segunda
oportunidad. Creo que sí, pero lamentablemente él murió poco tiempo después y
yo nunca pude preguntárselo.
Resulta paradójico el haber sido condenado por
mi mejor amigo y que él lo haya hecho con la mejor de las intenciones. No lo
culpo, prefiero perdonarlo. Si algo aprendí en estos años es que todo pasa y no
sirve de nada arrastrar en la vida viejos rencores, mucho menos cuando uno
lleva sobre sus hombros una existencia tan larga como la mía.
Además, ha pasado tanto tiempo que no tiene
importancia recordar ese momento. Estoy viejo, demasiado viejo y demasiado
cansado para seguir torturándome con ese fatal día hace dos mil años en que
desperté en medio de la oscuridad y escuché sus palabras: “Lázaro, levántate y
anda”.
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