Tendrías que haber visto esa casa. Bueno, casa. Era más bien un toldo con cuatro chapas. Ahí vivía. Ni te imaginás lo flaquita que estaba. Apenas si se le notaba la panza.
El que arregló
todo fue el primo de Toribio que en ese entonces era juez en Posadas. Lo
primero que hicimos fue sacarla de ese lugar. Yo estaba horrorizada. No quería
ni bajar de la camioneta que nos llevó. Con el auto que habíamos alquilado en
el aeropuerto no pudimos entrar, por el barro. Raúl me dijo que me quedara, pero
el primo de Toribio dijo que no, que era mejor que la chica viera una imagen
femenina. ¿La madre? Ni habló. Se quedó sentada en la puerta del ranchito
tomando mate. En realidad parecía más la abuela que la madre. No tendría ni
cuarenta pero estaba muy avejentada, viste cómo es esa gente. Ella había
arreglado antes con el juez así que nosotros le dimos la plata a él. Nunca
supimos con cuánto se quedaba el tipo. Raúl me dijo que con la mayor parte,
seguro. No me extrañó: tenía una cara de chanta. Ahora es diputado provincial.
Ni bien la
pusimos en el asiento de atrás, la chica saltó y corrió de vuelta para el
rancho. Te juro que me partió el alma, parecía un animalito asustado, pobre.
Por poco me arrepiento. Pero, ni bien entró, salía otra vez con una muñeca en la
mano. Pasó al lado de la madre que seguía tomando mate. La chica se quedó un
instante ahí, callada, le tomó la mano a la mujer, se la besó y volvió
corriendo a la camioneta. No le dijo nada, sólo le besó la mano y volvió
corriendo a la camioneta. Raúl me dijo que le pareció verla llorar a la madre.
No creo.
Me senté
atrás, al lado de la chica, y traté de conversar con ella. Quise tocarle la
panza pero no se dejó. Se retorcía de tal modo que Raúl me gritó que no la
molestara más. No sé por qué estaba tan furioso. Yo me puse mal, pero traté que
nadie en la camioneta se diera cuenta. De pronto ella solita me agarró la mano
y se la apoyó en la panza. No sabés, cuando sentí que el bebé daba pataditas me
puse a llorar como una estúpida. Raúl se dio vuelta y me miró con odio. No
entendió nada.
En Posadas la
internamos en una clínica. Estaba con anemia, nos dijo el doctor. La tuvieron
en observación una semana. Ahí nos dijeron que en realidad estaba de seis
meses. Raúl se puso loco porque nos habían dicho que estaba de ocho.
–¿Y ahora qué
hacemos? –me dijo– ¿Vamos a tener que mantener a esta india hasta que nazca la
beba?
¿Vos podés
creer que dijera semejante barbaridad? La chica estaba en la otra habitación,
pero pobrecita no entendía nada.
Cuando fuimos
a verlo al primo de Toribio al juzgado, nos dijo que si la llevábamos a Buenos
Aires él no iba a poder hacer los papeles. También nos dijo que conocía un
convento donde la podían cuidar hasta que estuviera en fecha. Era lo mejor –nos
aseguró– porque muchas, después de que una les da de comer y las viste, se
escapan. Se vuelven para el rancho o se van a parir a otro lado. Nos dijo que
cuando estuviera por nacer la criatura, él nos iba a llamar para volver a
llevarla a la clínica. Lo tenía todo organizado. Le pagamos a la madre
superiora.
–Al final, lo
único que hacemos acá es poner plata –dijo Raúl.
Yo estuve a
punto de decirle que no era por mi culpa, justamente, que estábamos pasando por
todo eso; pero me contuve.
Una vez que la
dejamos en el convento nos peleamos mal con Raúl. Yo le dije que pensaba
quedarme en Posadas, en el hotel en el que estábamos parando, que no era muy
caro.
–¿Pero vos sos
pelotuda? –me dijo.
Yo sabía que
él tenía razón, que tres meses en un hotel, por más barato que fuera, nos iba a
salir una fortuna. Pero, ¿qué quería que hiciera? Te juro que si hubiera podido
me la habría metido dentro para tenerla yo. Entonces se lo dije.
–Si no podemos
tener hijos vos sabés muy bien por qué es –Te juro que se me escapó.
Raúl nunca me
levantó la mano. Cuando se enoja rompe cosas o le da trompadas a las paredes.
Pero ese día pensé que me pegaba. Salió del hotel y no volvió hasta la
madrugada. Yo estaba destruida. Imaginate, mi beba apenas a diez cuadras y me
tenía que volver a Buenos Aires. ¿Y si la chica se escapaba? ¿y si le pasaba
algo? Cuando regresó Raúl me di cuenta de que había tomado, pero por lo menos
se le había pasado la bronca. Me dijo que si quería, podíamos ver de alquilar
algún departamentito barato en
Posadas y que
él podría venir algunos fines de semana a acompañarme. No podía ser tan turra.
Le dije que no, que me volvía con él y que, si podíamos, viajáramos cada tanto
para ver como estaba nuestra hija.
Así que
volvimos a Buenos Aires. Desde acá yo llamaba al convento todos los días. La
pobre chica casi no hablaba así que yo pedía por la superiora. No sabés lo
amable que era esa mujer. Se notaba que tenía una gran paz interior. Viajamos
casi todos los fines de semana. En avión, obvio. Raúl se ponía como loco cada
vez que llegaba el resumen de la tarjeta.
Al final, el
primo de Toribio nos llamó
el 20 de julio para decirnos que estaba en fecha. Igual, nosotros ya teníamos
los pasajes reservados porque nos habían dicho en el sanatorio que iba a ser
para esos días. Llegamos el 22. Ayelén nació el 23 a la tarde pero la trajimos
recién los primeros días de agosto. Era divina, chiquitita y tenía la carita
toda roja. Raúl le puso “hormiga colorada”. Daba miedo tocarla porque parecía
que se iba a romper. Le pregunté al obstetra y me aseguró que estaba sanita. El
parto había sido normal y la chica también estaba bien. Yo la vi desde la
puerta de su habitación. Estaba mucho mejor de cara que cuando la sacamos del
ranchito. El médico nos dijo que fue una suerte que la lleváramos en el sexto
mes, porque si no, seguro que la beba hubiera nacido con menos peso del
aconsejado. Fuimos a ver a un escribano y la anotamos, no nos hicieron ningún
problema. Después se la llevamos a la superiora para que la viera. Qué mujer,
hasta le dijo a Raúl que si la mirabas de perfil, Ayelén se le parecía. Nos
dijo también que la chica se iba a quedar en el convento, que la iban a cuidar.
Raúl, como siempre, no le creyó.
Si, seguro –me dijo cuando salimos–. A
nosotros nos cobraron tres lucas por tenerla unos meses y ahora la van a dejar
quedarse gratis.
Él no me lo quiso reconocer nunca, pero
yo sé que le dio plata a la chica antes de que nos fuéramos de la clínica.
Años más tarde –Ayelén entraba a
preescolar, así que tenía que estar por cumplir los 5– Toribio me contó que la
chica había ido a verlo al primo, para preguntarle si sabía cómo estaba la
nena. Me lo dijo como si nada. Yo casi me muero. Pensé que nos la iba a querer
quitar. Toribio me dijo que no, que la chica tenía como veintiún años, que se
había casado y ya tenía tres nenes, rubiecitos como Ayelén, me dijo. Mirá vos,
para qué venir a molestar ahora que tiene una familia, pensé. Toribio me dijo
que su primo el diputado –ya no era más juez en esa época–, la asustó
diciéndole que le podían hacer un juicio por abandono de persona, o algo así.
De ese chanta se podía esperar cualquier cosa. Por suerte nosotros no supimos
nada más ni de él ni de la chica.
Si, eso fue hace mucho tiempo, ya sé. Pero, hace tres días... estábamos con Ayelén y con la modista en
casa. La mujer había traído el vestido de los 15 para que se lo probara. No
sabés, le queda divino. Sólo falta hacerle un par de retoques, así que la
modista le dijo que se lo sacara. Entonces Ayelén se fue para
la pieza a cambiarse y de pronto se paró, se dio vuelta, me miró y volvió corriendo.
No dijo nada, lo único que hizo fue besarme la mano y se volvió para la pieza.
No me dijo nada, ¿te das cuenta? Solamente me besó la mano y se fue. Sólo eso.
*Primer Premio del Primer Concurso de Cuentos en Twitter, organizado por Grupo 23.
1 comentario:
como andas
muy buena tu obra
tenes algun libro editado ? donde se consigue ?
sds Ezequiel
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